jueves, 20 de noviembre de 2008

Tristeza que pasa cerca

Esta mañana alguna fuerza extraña hacía que mi cuerpo y el colchón de mi cama no se pudieran separar, mi cerebro ordenaba la acción de levantarse y mi cuerpo no podía obedecer. Pasaban las horas y seguía sin levantarme, pasaban las horas y mi cabeza se rayaba, pasaban las horas y me iba deprimiendo poco a poco. Algunas llamadas de teléfono me hundieron más si cabe en el colchón, otras tiraban de mí ,y al final fui yo la que, pasando de mi cabeza, me levanté, me vestí, cogí el coche, me planté en pleno centro de Madrid, aparqué en la calle Barquillo, no pagué ticket de aparcamiento porque no me dió la gana y porque el parquímetro me pareció que estaba muy lejos (por cierto, no me pusieron multa), y me dírigí al restaurante donde había quedado con Pepe y Elena para comer. Llegué demasiado pronto (no sé ni cómo pude pasar de la cama al restaurante en tan poco tiempo), así que me fuí a dar un paseo por la Gran Vía mientras esperaba a que llegaran. Ya no me gusta la Gran Vía, demasiado ruido, demasiados coches, demasiada contaminación, demasiada gente con cara de cansancio, mal rollo, estrés, pena, algún que otro loco, algún que otro mendigo, bocinas sonando, la mierda de los adornos de navidad colgando ya de las farolas, ningún niño, mucho inmigrante, gente con abrigo, gente con camiseta de tirantes y, teniendo en cuenta que hoy no era mi día, todo me transmitía malas vibraciones, todo excepto una pareja de turistas japoneses que estaba sentada en un banco y sonreía mucho, me encanta esa alegría de los nipones con cámara de fotos al cuello.
Y me encontré con Pepe, y me encontré con Elena, y comimos (bien), y dimos un paseo por las tiendas de la calle Fuencarral, y atención, sí que debía sentirme mal porque no me apetecía comprar, increible pero cierto, y pase por una tienda detrás de otra y no me apetecía, pues bueno ... así es la vida, que compren otros. Y después me fuí hasta el cole a buscar a Bruno que tenía entrenamiento de baloncesto, y estuve un rato allí viendo como una paciente monitora intentaba que diez niños de seis años con diez balones siguieran sus instrucciones (tarea complicada). La tristeza se me fue disipando poco a poco, aunque el poso aún lo tengo.

Tengo un marido que no me merezco y que, desafiando a la crisis que azota a la economía mundial y con la intención de hacerme sonreir, me ha regalado hoy un bolso de una marca que no voy a decir porque no quiero hacer publicidad gratuíta, pero que mooooooola un moooooontón y, por si acaso el bolso no era suficiente, me ha comprado unas rosquillas para endulzar el estúpido día que he tenido hoy.

Y es que dentro de este espíritu libre que habita en este cuerpo que habita en esta sociedad, conviven las profundidades en las que a veces me pierdo y no me encuentro y las frivolidades que relajan mi ánimo, y juntas hacen que siga el camino.

No hay comentarios: