miércoles, 24 de septiembre de 2008

Por las mañanas


Todas las mañanas, de lunes a viernes, me levanto muy pronto y estoy con mis hijos mientras se zampan el desayuno que les prepara ese ángel con alas llegado de Filipinas y llamado Naneth, vemos un ratito los dibujos animados de turno, jugamos al golf en el salón o acabamos de rematar los deberes. Después llega la hora de los peinados, Bruno, que es más chulo que yo qué sé se peina con gomina o agua en su defecto y como no llega al espejo se retoca mirándose en la puerta del horno. A Catalina le hago dos coletas, dos trenzas, una coleta o una trenza, depende de mi estado de ánimo, a veces lleva un lazo enorme de los que Ruben llama helicópteros y otras lazos pequeños, una vez de un color otra vez de otros. Luego les unto la cara con nivea de la caja azul, y les rocío con colonia Bulgari para niños (mmmmmmmmmm) o Nenuco (mmm). Nos colgamos las mochilas al hombro, nos despedimos de Naneth y nos vamos a la parada de ruta dando un paseo. Me gusta el barrio donde vivo, el paseo es bonito, hay árboles, la gente pasea su perro, los niños van al colegio, mis hijos son felices, no paramos de hablar ... cuando les dejo en el autobús vuelvo a casa andando despacio y pienso que yo también soy feliz, feliz por poder hacer eso. No puedo explicar cómo una cosa tan cotidiana te puede hacer sentir tan bien.

El año pasado por estas fechas a estas horas ya me había comido un atasco, había llegado al trabajo sin desayunar y me había encontrado las caras de insatisfacción de mis compañeros sentadas ante un ordenador y quejándose de lo que tocara ese día quejarse, quejas a las que yo me unía como una más si no tenía uno de esos días en que pasaba de todo, hasta de hablar, y me encerraba en mi mundo a la vez que empezaba con la noticia del día que me correspondiera. Luego me iba a desayunar, sola, lejos, con mi música en la oreja, algunos no entendían que me fuese a desayunar sola, pero creo que si no fuese por eso, por mi música, por el paseo, por el aire fresco en la cara, no hubiera tenido fuerzas para aguantar una mañana de gilipolleces, tonterías y malos rollos varios mezclados con un montón de trabajo, que en el fondo era lo de menos.

Un día el desayuno me empezó a sentar mal, todo me sentaba mal, empecé a tener unos dolores de cabeza fortísimos, empecé a encontrame excesivamente cansada, me sentía mal, el médico me dijo que era estrés, y yo me lo creí, y empecé a maldecir mi forma de vida, los atascos, etc, etc, llegó un día en que hacer la cena a mis hijos se me asemejaba a subir al Everest, llegó un día en que no pude tomar ni una manzanilla, llegó un día en que mi hija se cayó por las escaleras y yo no pude levantarme del sofá para ver si se había abierto la cabeza, ese mismo día a las seis de la mañana ingresé en el hospital con una hemorragia digestiva, al día siguiente casi me muero, a partir de entonces, cuando resucité de la anestesia y empecé a se consciente poco a poco de lo que me había pasado empezó mi nueva vida.

Han pasado unos cuantos meses, lo he pasado muy mal, muy muy muy mal, pero este verano he empezado a ver la luz y ahora disfruto de muchas cosas a lo largo del día, una de ellas de mis hijos. Son preciosos y por la mañana brillan de una manera muy especial.

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