jueves, 4 de junio de 2009

Elegí ese sábado para llorar


Ya está. Lo conseguí. Sólo estaba esperando a que todos los que más me quieren estuviesen reunidos bajo un mismo techo para derrumbarme y hacerles sufrir un poco. Soy así. Aguanto todo y más durante no se sabe cuánto tiempo para al final estropealo todo.

Lo de estar todos bajo un mismo techo se debía a que Catalina celebraba el sábado su primera comunión. A mí no me gustan las celebraciones (en general), me dan mal rollo, me ponen mal cuerpo, me provocan tristeza (no hay cosa más triste que un vestido de madrina de boda), cuanto más se divierten los invitados más triste me pongo yo, pero bueno ... eso es otra historia, en este caso era mi hija quien celebraba algo de lo que ella estaba encantada ... así que yo por supuesto iba a disfrutar con/por ella.

Y ya que mis padres habían llegado de Santander, que Rubén había volado desde Menorca, que Pepe estaba aquí y que mis hijos pululaban arriba y abajo contentos como unas castañuelas, aproveché que una cinta blanca para el brillante pelo de Catalina no tenía el grado de blanco nuclear que yo hubiese deseado, para mirar hacia el infinito con cara de no sé muy bien qué y empezar a llorar como hace tiempo que no lo hacía.
Enseguida todos se dieron cuenta de que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza o de mi corazón o de alguna otra víscera de mi cuerpo, porque todos se quedaron mirando el lazo con cara de no entender nada para después mirarme a mí sin saber muy bien qué cara poner. Mi madre en un abrir y cerrar de ojos solucionó el tema lazo para la cabeza, y fue entonces cuando yo decidí que tenía que seguir llorando, pero esta vez con más fuerza.
No me voy a molestar en explicar que lo del lazo era lo de menos (aunque sigo pensando que el blanco no era el adecuado), bastante ridículo he hecho ya atreviéndome a confesar que lloré por una cinta para el pelo, el caso es que necesitaba/quería/no-podía-dejar-de llorar, y eso es lo que hice durante un buen rato, mientras los demás decidían qué es lo que me pasaba a la vez que me animaban y me hacían preguntas para las que no tenía respuestas.

Cuando decidí que no iba a llorar más me vestí de verde porque sí, me puse unos taconazos del copón, hice el balance de blancos con el vestido de Catalina y la cinta del pelo, le puse a Bruno una corbata de Hackett que le daba aspecto de aunténtico "Little Britton", me coloqué una sonrisa en la cara, me monté en mi coche y nos fuimos al cole.

La ceremonia fue muy bonita y emotiva, claro, con tanto niño con cara de bueno transmitiendo buen rollito durante una hora ... y yo superé la prueba en primera línea de fuego, concentrada en dominar un nudo que me iba de la garganta a la boca del estómago y sin poder quitar la mirada de la preciosa cara de Catalina, a quien el tamaño de los ojos se le había multiplicado por dos como consecuencia de su ascensión a los altares del polideportivo disfrazado de templo moderno.

Y salí de allí corriendo, repartiendo besos a quien me encontré en mi vía de salida, sonrisas al que quedaba en un ángulo más alejado de mi camino, pisando firme y decidida a acabar cuanto antes con todo. Una vez en casa, y tras una cena en el jardín, una pequeña tormenta me ayudó a desalojar al personal y poner punto final a un día de sonrisas y lágrimas.

Elegí ese sábado para decirles a todos que no me encuentro bien, que necesito llorar, que no he debido de llorar lo suficiente (aunque miles de lágrimas han caído por mi cara), para decirles que estoy perdida, que no sé lo que quiero, ni lo que necesito, ni lo que me conviene, para decirles que cuando has estado a punto de morir tu vida nunca vuelve a se la misma, que a veces no es fácil estar, para decirles que tengo miedo, que la cabeza me da muchas vueltas y que mi corazón está confundido ...

Perdón, perdón, perdón, mil veces perdón. Lo último que quiero en este mundo es hacer sufrir a las personas a las que tanto quiero, sé que su bienestar depende en gran parte de mi bienestar, quiero hacer las cosas bien, pero a veces no sé cómo, a veces no me sale ...

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