martes, 21 de julio de 2009

En el norte

Creo que tengo que volver a la isla. Cuando me fuí no tenía claro si iba a encontrarme a perderme o a qué porras iba. Volví relajada, morena y muy contenta. Ahora sigo relajada, morena, muy contenta, muy perdida, muy despistada, muy cansada, un poco aturdida, bastante confusa, sigo sin saber si tomar rumbo norte o sur, es decir, exactamente igual que antes de irme, excepto por lo del moreno.
Así que creo que tengo que volver pronto, y como últimamente hago lo que me apetece porque sí y sin darle muchas vueltas al asunto pues ... ya tengo billete de avión destino Menorca. Un sms de Spanair ofreciéndome un 25% de descuento para mí y para un acompañante me animaba a utilizar sus servicios este verano, y como a mí no hace falta que me animen mucho cuando se trata de tomar un avión, pues ... me voy otra vez. Esta vez quizá sí me encuentre, o quizá me acabe de perder del todo y se me considere oficialmente perdida ¡quien sabe!
Allí me espera mi hermano, con un coche nuevo, un proyecto de casa nuevo, casi un proyecto de vida nuevo, ya no está Blanca, ya no está la bici orbea (se la llevaron contra su voluntad, aunque ella se agarraba con todas sus fuerzas a una farola del paseo marítimo), me espera mi nueva bici, y como siempre me siguen esperando mis calas favoritas, mis rincones favoritos, mis paseos favoritos ...
De momento me reciclo en el norte, con sus días de sol y sus días de nubes, con sus días de calor y sus noches de chaquetas. Ni yo misma me lo creo, pero el otro día estuve en una romería. No sé cuántos años hacía que no pisaba una romería, es que las romerías me dan pena, el pito y el tambor me recuerda a los Bosio y Martín de mi infancia y no lo puedo soportar, y eso que cuando era una niña me pasaba todo el año esperando las fiestas patronales del año siguiente, pero ahora no sé que me pasa con las malditas fiestas que no puedo con ellas, me dan una pena que me muero, como las bodas y los vestidos de madrina, y las ferias, con esas músicas y esa gente, ains ...
Pero el domingo no sé lo que me pasó que me ví envuelta en una nube de niños y ruidos y cuando me quise dar cuenta estaba en plenas fiestas de San Elías en Soña, supongo que a nadie le importa dónde está Soña, pero por si acaso diré que está cerca de Polanco. Si alguien no sabe dónde está Polanco y le interesa, que lo busque en google, pero aviso que da igual, aunque sea el pueblo natal del famoso escritor costumbrista montañes José María de Pereda, no se pierde nada. En cualquier caso, no está mal eso de tener un vecino ilustre, aunque sus libros fuesen un auténtico peñazo, buf, voy a dejarlo porque acabaré metiéndome en líos.
El caso es que el domingo me tomé una cerveza sin alcohol para celebrar San Elías, codo con codo con el pito y el tambor, y sobreviví. Creo que últimamente vivo un poco anestesiada, deben ser estos medicamentos de colores que me tomo, que hacen posible cosas tan insólitas como éstas.
Ví a gente que hace quizá veinticinco años que no veía, me planté una sonrisa en la cara que significaba 'sí soy yo pero ni se os ocurra acercaros a mí', lo de beberme una cerveza pase, pero lo de hablar, no. Fue una situación extraña, dos familias de "veraneantes madrileños" (todo un clásico en los pueblos del norte) compartían fiesta con la gente del pueblo, tan auténtica y tan de pueblo como yo les recordaba, y nada de sonrisas raras, me parece genial que la gente de pueblo sea gente de pueblo hasta la médula, y la gente de ciudad, pues de ciudad, tan de Carabanchel como Manolito Gafotas ... no cómo yo, que desde pequeña era de pueblo y de ciudad a la vez, que lo mismo estaba subida a un árbol que en una fiesta de las de invitación formal, que podía estar una hora decidiendo si dormía en Santander o en Polanco, y al final nunca estaba contenta con mi decisión, que no sabía de dónde venía ni a donde iba, que sólo estaba feliz mientras iba y venía, que cuando llegaba ya me quería ir, que cuando me iba ya quería volver, yo, que me daba miedo echar raíces, que fui incapaz de comprarme un apartamento en Madrid con todo el dinero que ganaba porque me parecía la mayor barbaridad del mundo, lo de comprar una vivienda digo, no lo de ganar mucho dinero, yo, que no sabía dónde iba a acabar viviendo, si en este continente o en el otro, yo que me gastaba el 'dinero de la hipoteca' en billetes de avión ... yo, la misma que el domingo, en las fiestas de San Elías, mientras veía correr a mis hijos, esos que brillan con luz propia, intentaba mantener una conversación coherente a pesar del maldito pito y del maldito tambor y a pesar de que mis pensamientos se empeñan en vagar libres cuando me toca "socializarme". Y los demás parecían felices. Me encanta que la gente sea feliz, o que lo parezca.

Y seguiría contando cosas sin importancia, pero he tenido que hacer una pausa para ir al centro de salud por tercera vez desde que llegamos aquí (a Bruno se le abrieron los puntos que la pusieron ayer en la playa después de cortarse un pie con un cristal escondido en la arena), así que ya se me ha cortado el rollo y me voy a dedicar a otras cosas. Este año nos hemos librado de la visita al Canal Salat de Ciutadella, pero parece que en esta tierra estamos cogiendo carrerilla a base de heridas de todo tipo. En cualquier caso ... las heridas cicatrizan, unas y otras.

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