domingo, 15 de marzo de 2009

Llovía, llovía, llovía y el sol no salía ... (Dr. Scheuss)

Llovía, llovía, llovía y el sol no salía ...

Durante el viaje en tren tuve mucho tiempo para pensar, pensaba que estaba viviendo una de esas situaciones que muchas veces me había imaginado, volvía a casa para encontrarme con la realidad. Y no podía dejar de pensar en el cementerio de Polanco, dicen que es bonito pero a mí me pone los pelos de punta porque sé que los míos irán a parar allí, porque parte de mis antepasados están allí, porque quizá algún día a mí me lleven allí, no se ... No es la muerte lo que me asusta de los cementerios, es la tristeza, la tristeza y las flores (cómo algo tan bonito como una flor se puede convertir en algo tan horroroso cuando forma parte de una corona o un ramo funerario - me molesta profundamente la falta de gusto de los humanos - reivindico la belleza de la sencillez).
El tren me llevaba a casa (casa = casa de mis padres), el hermano de mi padre había muerto casi sin avisar, cedió su cuerpo al maldito cáncer, no luchó, y se marchó rápido.
Mi padre que es como yo, fuerte y débil a la vez, estaba triste y asustado, la muerte había llegado a su familia muchos años después de que sus padres murieran, cuando él era un niño, algo que marcó su caracter, que le hizo convertirse en el hombre fuerte y débil a la vez que es. Y yo iba en tren hacia el lluvioso norte para estar allí con él, para decirle que su hermano descansaba, que había tenido una buena vida y una buena muerte, que no había sufrido, que era mejor así, porque el cáncer puede hacer sufrir muchísimo a las personas, que lo que le esperaba en esta vida de ahora en adelante no era demasiado bueno, que así evitaría ver sufrir a su nieta, que nadie está preparado para ver sufrir a sus nietos, que ... quería decir otras cosas, pero los tópicos venían a mi mente de manera instantánea.
Ví llorar a mi padre, nunca antes había visto llorar a mi padre, ví su mirada triste, y sólo pude agarrarle fuerte del brazo y apartarle de la gente cuando le notaba excesivamente incómodo. A mi padre, que es como yo, no le gustan las sonrisas forzadas ni las situaciones forzadas (y de eso hay mucho alrededor de la muerte). Y no supe hacer más, yo estoy acostumbrada a que mis padres me consuelen a mí, no a consolar a mis padres, pero en esta vida hay un momento para todo ... y entonces me hice la fuerte, y besé a todo el mundo, y sonreí a gente que me saludaba y yo no recordaba, y ví caras que que hicieron transportarme en el tiempo, y me agobié, pero aguanté el tirón cuando lo único que quería era salir corriendo ...

Y seguía lloviendo ...

Y llovía tanto durante el entierro que mientras yo compartía un paraguas con mi padre, un chorro de agua que caía del paraguas de mi tío me estaba calando hasta los huesos, pero la lluvia hizo que todo fuese rápido, el cura no se quería mojar, los operarios de la funeraria no se querían mojar, así que agradecí a la lluvia la rapidez con la que transcurrió la ceremonia, y cómo llovía tanto salimos rápido del cementerio y nos evitamos las incomodas miniconversaciones y los pésames de la gente ... y poco a poco la concentración de paraguas se fue disolviendo.
En el norte llueve, y ese día llovía mucho ...

Pasé un par de día más con mis padres, junto a la chimenea, con el gato ... y salió el sol. Y con el sol regresé en tren a Madrid. Con el sol y con la sensación de haber hecho algo bueno. Con el sol y con la sensación de ser un poco más adulta.
Y entonces fue cuando deseé que el tren cambiase su destino hacia el País de Nunca Jamás ...

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